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Cuando recuerdo todos los viajes que he realizado en los últimos años, que han sido muchos, siempre me viene a la mente mi visita a Granada. Lo recuerdo por dos cosas. La primera de ellas, la compañía, la mejor posible. La segunda, por la ciudad. Cuando llegué y pisé suelo granadino, miré el entorno y entendí esa frase que tanto ha dicho siempre mi padre: “quien no ha visto Granada no ha visto nada”. Puedo decir, a ciencia cierta, que es verdad. Al llegar nos instalamos en un hotel en las afueras. Las vistas eran increíbles. Estábamos rodeados de naturaleza, parecía más un hotel rural. Pero, de fondo, veíamos Granada. La Alhambra gobernaba la ciudad. Fue, precisamente, La Alhambra, el primer lugar que visitamos al día siguiente. Fueron seis horas de paseo por el mayor tesoro que alberga la ciudad. Un recorrido y una visita muy cansada pero que muestra que todo sacrificio tiene su recompensa. Ver sus palacios, sus fuentes, sus jardines…son un verdadero tesoro para nuestros ojos. Dentro de este histórico monumento árabe lo que más me llamo la atención fue, sin duda, La Alcazaba. Aunque me resultó muy curioso también el Mexuar. Tras La Alhambra, decidimos pasear un poco por el centro. Allí también pudimos ver algunos de sus monumentos como la Catedral, situada en una de las calles más céntricas de la ciudad, la Capilla Real, el Museo Memoria de Andalucía, el Jardín Botánico de la Universidad de Granada o el Parque de las Ciencias. En definitiva, aprovechamos el día totalmente, pero, aún, nos quedaba mucho que visitar. Al día siguiente decidimos hacer turismo pero con algo más de relajación. Visitamos los barrios de Sacromonte y de Albaicín, el monasterio de la Cartuja, la Plaza de Toros y la Virgen de las Angustias. Fue precisamente este día en el que comprobamos una de las grandes verdades de Granada. Y es que la ciudad andaluza es ideal para irse de tapas. Refresco o caña acompañado de hamburguesa, sándwich, bocadillo, raciones…por tan solo 5 euros comimos y bebimos. Sin duda, una muy buena forma de tomar fuerzas para seguir haciendo turismo. Dentro de la provincia encontramos otros lugares dignos de visitar como el Castillo de Enguídanos, la Ciudad Encantada, el mayor recurso turístico de la provincia, el Parque Arqueológico de Segóbriga, situado en Saélices, el Castillo de Belmonte o el Nacimiento del río Cuervo. Es decir, cultura y naturaleza en toda la provincia. Por la tarde decidimos visitar toda la zona cercana a Sierra Nevada. Al visitar la ciudad en época invernal, era habitual ver a numerosos turistas llegar con sus esquís para realizar este deporte. Tengo que reconocer que es una pena que fuésemos con tan poco tiempo porque, de haber dispuesto de más días, hubiésemos esquiado. Cuenta con unas pistas magníficas y es una gran opción para los más novatos ya que dispone de numerosos monitores que nos ayudarán a dar los primeros pasos. El último día nos levantamos pronto y, aprovechando que teníamos que viajar, nos tocó hacer turismo por el resto de la provincia. Uno de los lugares que más nos llamo la atención fue la Catedral de la Encarnación, en el municipio de Guadix. Un lugar increíble. Un monumento digno de cualquier gran capital de nuestro país. Aunque, sin duda, el lugar que más nos llamó la atención fue la comarca de la Alpujarra. En algunos puntos tuvimos difícil acceso debido a la presencia de la nieve, pero eso también nos permitió disfrutar de imágenes muy bellas como las casas de Capileira, cuyos tejados estaban totalmente cubiertos de polvo blanco. La localidad de Trévelez o la Iglesia de Nuestra Señora de la Expectación, en Órgiva, capital de la comarca, fueron algunos de los rincones que más nos impresionaron. Con esto pusimos fin a nuestro viaje por tierras granadinas. Un viaje difícil de olvidar. Un viaje por el cual siempre recomiendo visitar Granada y sus alrededores, os aseguro que no os arrepentiréis. Muy pocas veces vuestros ojos verán algo tan bello.
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